lunes, octubre 31, 2005

The Getaway!!

- Chomp... chomp... chomp... - masticaba lara.
- Chomp... chomp... chomp... - engullía yo.

La fluida conversación continuó de esta guisa hasta que llegamos al cruce con el desvío hacia Lurs, otro pintoresco lugar recomendado por nuestra casera. Por lo visto fue fundado por Carlomagno y se puso de moda como residencia de verano entre los obispos de Sisteron, los cuales se hicieron construir allí varias humildes chozas, sin duda en busca de austero retiro espiritual.
A pesar del patente atractivo de aquel pueblecito, se hacía bastante tarde y yo no quería perderme la oportunidad de escalar con gente de octavo grado, así que que propuse a Pilar un sacrificio:
- Chomp?
- Chomp, chomp... - aceptó ella.
De modo que tomamos la foto de rigor desde el vidículo, y seguimos hacia Ganagobie. De nuevo, turismo optimizado.


Tras miles de vueltas y revueltas, conseguimos coronar el monte donde reposa el famoso monasterio. Eran ya cerca de las dos cuando dejamos el coche en el polvoriento descampado que hacía las veces de aparcamiento, donde un nutrido rebaño de turistas daba cuenta del almuerzo entre sillas y mesas de playa.
Unas elaboradas señales nos indicaron el camino hacia el monasterio y, después de un cuarto de hora de paseo al calvotero sol, vimos aparecer entre los árboles el esperado edificio.
En ese momento, Lara se giró, enfrentándose a mí, y pude asomarme al abismo de la locura al ver sus ojos inyectados en sangre. Atropelladamente, casi sin inflexiones en su voz, fue desgranando mediante guturales sonidos la historia de aquel siniestro lugar:

"Ganagobie fue fundado en el siglo X por el Arzobispo de Sisteron, el cual lo donó a la Abadía de Cluny en el año 956. En el siglo XII, los Benedictinos construyeron la iglesia y los claustros románicos y, todavía en el siglo XIV, un pequeño grupo de unos 12 monjes vivían allí trabajando la tierra y el bosque aledaño. EL monasterio fue considerado importante hasta el siglo XV y los monjes de Lérins trajeron aquí sus reliquias, para protegerlas de los piratas costeros.

El Monasterio fue tomado por la fuerza en 1491 por la quinta Abadía de Cluny. Desde entonces, tuvo un camino empedrado y variados poseedores, sobre todo durante la Revolución Francesa. Finalmente, llegó a las manos de los monjes Benedictinos de Santa María Magdalena de Marsella hacia el final del siglo XIX.

Cuidadosamente restaurada, la portada principal del monasterio sigue siendo original, finamente tallada siguiendo el estilo románico-provenzal de la época. La iglesia acoge algunas importantes reliquias datadas del siglo XII, así como ciertos restos arqueológicos descubiertos en los alrededores, e incluso, la tapa de un sarcófago Carolingio."

El silencio volvió a imperar y, sin abandonar del todo la protección del tronco tras el cual me parapetaba, asomé lentamente la cabeza. Pilar correteaba de nuevo feliz, como si nada hubiera ocurrido. Cantarina y aparentemente inofensiva, me pidió que la fotografiara bajo los bellos relieves románicos de la portada.



Os los acerco un poquillo, que son muy famosos, valiosos y fotografiables:


La puerta estaba cerrada, de modo que vagamos ociosamente por los alrededores, curioseando el exterior del edificio. Las pocas personas que había por allí buscaban la sombra como las ovejas, el calor agobiaba y las chicharras contribuían a reforzar esa sensación, por lo que pronto nos cansamos de vagar y decidimos preguntarle a una mujer si conocía el horario de visitas del templo. A pesar de la aparente sencillez de nuestro propósito, nos llevó cerca de un cuarto de hora de intenso esfuerzo criptolingüístico comprender lo que la buena señora trataba de decirnos: que la apertura de las puertas era inminente.



Un cerrojo se descorrió con estrépito y, al poco, un hombrecillo embuchado en una oscura sotana asomó su cráneo brillante y pulido entre las hojas de la puerta.
- Puturrú de fuá, frikiguá frikiguá - espetó, invitándonos con un ademán a entrar en el templo.

La luz del mediodía se coló por la puerta abierta, iluminando la perpetua penumbra típica de estas construcciones románicas. Nos rodeó el embriagador aroma del incienso conforme cruzamos el umbral y, cuando dimos los primeros pasos entre los bancos, dispuestos a admirar turísticamente nuestro sacro entorno, el nervioso hombrecillo volvió a materializarse frente a nosotros, esbozando una enorme sonrisa.

- Tururú tururú, borriquito como vu.

Puede que no esté correctamente transcrito, pero lo que nos dio a entender el vivaracho y sonriente sacerdote fue que tomáramos asiento en uno de los bancos y asistiéramos a una corta celebración.

A la pequeña capilla, junto a nosotros, habían asistido tres o cuatro feligreses que tenían toda la pinta de ser clientes habituales. En seguida escogieron su lugar favorito y se dispusieron a disfrutar del espectáculo. Pilar y yo nos miramos, encogiéndonos de hombros, y nos sentamos al fondo, ligeramente preocupados por Aki y Yoshi, que nos esperaban ya para subir a roca.


El silencio se derramó por la nave, envolviéndonos, mientras una fila de monjes encapuchados iba invadiendo el altar. Tenues rayos de luz rasgaban la penumbra, iluminando apenas las oscuras túnicas que, formando un semicírculo, rodeaban la mesa central.

De pronto, una de las sombrías capuchas se irguió, cual Nazgûl olisqueante, y la sagrada estancia vibró con una voz profunda y monocorde, que erizó el vello de todos los presentes. Pronto, las demás figuras elevaron al cielo también sus sonoras plegarias, las cuales se enroscaron armoniosamente a la primera, creando un vibrante caudal acústico que embriagaba nuestros sentidos.

Cuando ya casi me había decidido a abrazar la religión de estos monjes, abandonando mi incipiente fe en el Monstruo Espaguetti Volador, la misa terminó, y los feligreses comenzaron a dirigirse hacia la luz de la entrada (jisjis).

Pilar y yo nos levantamos y, en plan cangrejo, fuimos saliendo de entre los bancos al pasillo central. Allí nos esperaba de nuevo nuestro amigo refulgente, bloqueando la salida. Sin compasión, sin remordimientos, se puso otra vez a decir cosas ininteligibles esbozando grandes sonrisas. Nosotros correspondíamos sus sonrisas, pero no entendíamos un pijo, hasta que el Túnica Negra hizo un gesto amplio con su mano izquierda y comprendimos que lo que trataba de ofrecernos era una visita guiada por su templo.

Fuimos siguiendo la ondulante tela oscura de la sotana por pasillos, claustros y naves laterales y, en un perfecto francés (digo yo), el Increíble Hombre Brillante nos iba explicando la rica historia de los tesoros que contenía aquel edificio. Se sentía especialmente orgulloso de unos mosaicos de San Jorge escabechando dragones, pero también nos gustaron mucho unos lienzos tenebristas que colgaban de las paredes.

Al terminar la visita, nos quedamos hablando junto al altar y en esas estábamos cuando apareció otro monje. Éste comenzó a saludarnos con efusividad, sonriendo expresivamente a Pilar y asintiendo a su pequeño y refulgente homólogo . La mirada apreciativa del nuevo monje nos extrañó, pero nuestro pasmo fue máximo cuando comprendimos que aquellos individuos estaban confundiendo a mi hermanita con la nueva asistenta de la comunidad monjil, cuya llegada se esperaba para ese mismo día!

A mí me parecía tela de gracioso, pero la risa nerviosa de Lara y la presión ejercida por sus dedos en mi brazo me indicaron que era hora de salir huyendo de aquel sitio, antes de que se decidieran a raptarla y me quedara yo sin mi propia asist.. digo copilota!

No nos resultó fácil esquivar las flechas envenenadas, la cuchilla pendulante y otras temibles trampas secretas, activadas por nuestra repentina huída. Los batientes del portón que daba al exterior se estaban terminando de cerrar, siguiendo las órdenes mágicas del monje mini-yo, y el aliento se nos cortaba ya cuando logramos cruzar la menguante salida con nuestras últimas y angustiosas zancadas. A pesar de nuestro agotamiento, no dejamos de correr hasta que llegamos al coche, sin dejar de oir en ningún momento el silbido de los crucifijos-shuriken lanzados por nuestros perseguidores (uhm... ahora que lo pienso, uno de estos artefactos debió ser el causante de la rotura del rodamiento que tantos problemas nos dio a la vuelta de nuestro periplo).



Finalmente, gracias a la pericia de Pilar lanzando latas de conserva, conseguimos dejar atrás a las aullantes hordas de huargos y pudimos volver sanos y salvos a nuestro amado camping, justo a tiempo para coger los trastos de escalar y subir a las rocas con nuestros orientales amigos.



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