Cuando llegué hoy a casa, el paquete me estaba esperando en la mesa del comedor.
“Esto va a ser el mp3 de mi padre…”, pensé. Y, a base de certeros tajos con mis llaves, procedí a despedazar la caja (a mí me gusta abrir los regalos así, qué pasa…).
Mi padre me había pedido el favor hace unas semanas. “Mira a ver si me puedes conseguir este reproductor, ahora que estás en Alabama, que aquí no lo venden”. Y aquí estaba, en una caja de cartón del tamaño de un televisor de los de antes. Claro, es mi padre. A un hombre que lleva a Mjölner colgado del cuello no le puedes regalar un ipod. No, él me había pedido uno cuya marca es más conocida por sus taladradoras. “Es que ese modelo me durará más…”. Claro, Pater, yo te lo pido desde aquí.
La verdad es que el artefacto tiene un aspecto robusto. Un cilindro recubierto de goma, con los botones en uno de los extremos y un clip para el cinturón en el lateral. Todo de color gris metálico, con bandas amarillas fluorescentes. Parece la palanca de mando de un Eurofighter.
Con la excusa de que, si lo mantengo en la caja, en la aduana me crujirán, decido probarlo. Pongo a cargar la batería y enciendo el portátil, meditando con qué música voy a estrenar el taladro. Rebusco de nuevo en la caja, en pos del cable usb, y hallo una sorpresa inesperada: ¡El “pack” incluye una de esas cintas de goma para llevar el reproductor en el brazo, mientras corres! Por supuesto, la cinta es enorme, pero parece cómoda y tiene un elegante color negro. Ahora que lo pienso, quizá el conjunto hubiera quedado más apropiado si, en vez de la cinta, el mp3 fuera sujeto en una greba de cuero y pudieras hacer footing como Aragorn, Legolas y Gimli cuando se cruzaban Rohan a pata, persiguiendo orcos. Uhm… ¿qué música escucharían? Yo corro más o menos como Gimli, el enano, y seguro que él llevaría metal en el reproductor. Rhapsody, Manowar, cosas épicas así, no?… O Korpiklaani, jeje eso seguro…Poco a poco, voy llenando los dos gigas de dragones, hachas, fuego y espadas y me voy a por el pulsómetro. Hoy voy a correr como un profesional, con música y todo.Me quito la camiseta, me pongo la enorme cinta del métemetres en el brazo, la cinta pectoral del pulsómetro, el pulsómetro, las gafas y me miro al espejo, metiendo tripa.
Parezco Lady Gaga.
Da igual, porque ya he pulsado el play del reproductor indestructible y Volbeat me insta a correr como un demonio. De modo que salgo escopetado por la puerta del patio, espantando ardillas (lo de las ardillas da pa otra historia, infernales seres…), y en cuatro zancadas ya me hago dueño y señor de Sherwood drive, mi calle.
Estoy corriendo como nunca, esto de la música es genial, acelero, salto, vuelo! …espera macho, que si sigues así, no llegas ni al primer cruce! Así está mejor… Paulatinamente, el pulsómetro deja de quejarse con pitidos taquicárdicos y con su silencio me indica que he encontrado un ritmo más saludable.
Tomp, tomp, tomp… mis zapatillas golpean el asfalto con determinación. Tengo que cruzar esta zona residencial para llegar al parque y poder correr sobre algo de tierra. Me voy cruzando con vecinos, a los que saludo al modo local: Sonrisa para las damas, rostro grave y leve inclinación de cabeza para los caballeros, como si en vez de Heard Avenue esto fuera un pasillo del Pentágono.
Giro a la izquierda en el siguiente cruce, dejando a la derecha la cabaña de los Boy Scouts de Auburn. Tiernos infantes uniformados, en pleno ejercicio de tiro con arco, me observan al pasar, abriendo la boca involuntariamente (“she’s Lady Gaga!”-supongo que piensan). Sus mentores, probablemente los padres más populares de la Village School, bajan los arcos y siguen la mirada de sus hijos y subordinados. En seguida, su rostro se torna grave. Adelantándome a ellos, me permito un nivel más de camaradería, llevándome dos dedos a un sombrero imaginario. Mi gesto es celebrado con relajación en sus caras, seguido de imitación colectiva. Padres e hijos me saludan como en el final de una película de vaqueros. O una de ésas de béisbol… “¡Gracias, entrenador, no olvidaré sus enseñanzas!” “Hasta la vista, Brandon” y el coach, esbozando media sonrisa, sube despacio dos dedos a su gorra de los Mets y, justo antes de tocarla, baja de nuevo el brazo como un rayo. Fundido en negro.
El sol se comienza a esconder cuando llego al parque. En el lago, dos ánades reales persiguen a un pobre cocker americano al que su dueño no deja volver a la orilla sin su palo. Yo también estaría asustado –pienso- ¡esos patos son enormes! Cruzo el puente de madera, haciendo resonar las tablas. El perro ha conseguido desembarcar, eludiendo a su amo, en una maniobra de distracción digna de Eisenhower. Pero los terribles patos aún le pisan los talones, no le auguro un buen final... Del otro extremo del lago, más calmado, surgen ya pequeñas telarañas de neblina. Pronto, manadas enloquecidas de mosquitos pugnan por acabar entre mis dientes, pero no cejo en mi empeño y, masticando dípteros, consigo acabar la vuelta al recinto, enfilando ahora hacia el bosquecillo.
Los ladridos del cocker, las voces del dueño, los rugidos de los patos de mordor y el croar de mil ranas se van apagando en la distancia, conforme me interno en la espesura. En realidad yo hace rato que no oigo nada, porque en el mp3 ha salido un tema de Amon Amarth y me están retumbando hasta las vértebras. Palpo los botones, tratando de pasar la estridente canción, pero no lo consigo y he de detenerme.
Me giro hacia mi brazo y logro pulsar el botón aleatorio. El vozarrón del vikingo ése enmudece de golpe y es sustituido por el silencio del bosque. Levanto la vista y, frente a mí, la vereda se adentra en las tinieblas, flanqueada por densa maleza. Sólo se oye mi respiración, que produce un vapor fantasmagórico, recordándome que debo marchar ya, si no quiero perderme en la oscuridad.
Comienzo a trotar de nuevo, despacio, levantando virutas de niebla con mis pasos. Y, entonces, sucede:
En mis oídos, una melodía familiar surge de las cuerdas de un arpa nórdica.
Mi pulso se acelera,
mis pasos se alargan,
mis brazos se abren, manos abiertas, rozando las hojas de los árboles…
Ahí viene… corro más y más rápido mientras mis puños se cierran, anteponiéndose al golpe de batería que inicia… POM, POM, POM,POM…
¡El Himno de Lavern!
Las melodías de las gaitas serpentean entrecruzándose, subiendo hacia lo alto, apoyándose en la percusión. Yo corro, riendo a carcajadas, cantando la música sin letra. Y, de pronto, todos estáis allí, corriendo conmigo, enfrentándonos a un enemigo invisible. Isaac, el primero, con la maza de Lavern, aullando por Odín. Clavito corta la niebla con un mandoble que le saca un palmo, con la vista puesta en unos irlandeses de fiero aspecto que vienen a nuestro encuentro. Pater enarbola su hacha vikinga, que ya estaba deseando usar, Berni a mi lado, con un piolet en cada mano y la cara pintada como William Wallace, el Sergi… jsjsj perdona germà, pero no sé por qué, nos imagino levantando sendos sillones, como en aquella fiesta…
Estamos todos, corriendo, saltando, bramando, esquivando flechas... ¡Nos atacan con flechas incendiarias! La música hace que parezca tan real, casi veo las llamas, siseando a mi alrededor…
Coño, que las estoy viendo. Veo luces a mi alrededor… ¡Que hay luces! A ver si me está dando algo… joer, que me duele el brazo izquierdo! ¿eso no era mal síntoma? ¡Un infarto! ¡Mi brazo!¡Un médico!
Ah! No, que es la cinta del reproductor, que me aprieta…
Entonces, ¿las luces?
Las luces…
Al parecer, cada año, por estas fechas, comienza la estación de reproducción de las luciérnagas. Los machos de Photinus pyralis vuelan emitiendo pulsos de luz, dibujando figuras en el aire (dicen que dibujan un cazo y por eso las llaman Big Dipper fireflies. Nuestra Osa Mayor, para los americanos es “El gran Cazo”). Las hembras responden desde el suelo, o desde los árboles, en código, llamando a sus esperados pilotos. Otras especies de luciérnagas, a veces, descubren el código y lo imitan, atrayendo a incautos machos de Photinus que, en vez de encontrar su pareja, se convierten en cena.
De modo que, en el fondo, sí que estábamos en una batalla…
Mañana, en vez de tanta cinta y cacharro, me llevo la cámara. ¡A ver si consigo unas fotos de la lluvia de estrellas!